La abolición del apartheid significó para Sudáfrica el comienzo de una nueva era en la que la integración y el trabajo colaborativo se proclamaron como premisas para alcanzar una democracia multirracial. Los estragos causados por las divisiones y los individualismos todavía no fueron subsanados, pero poco a poco el país va dando pruebas de una voluntad de superación que ha quedado demostrada con la organización del mundial de futbol 2010.




 

 

El mundial de futbol es uno de los eventos de carácter internacional de mayor trascendencia dentro del ámbito deportivo, que para llevarse a cabo conjuga un sinfín de aspectos, todos de suma importancia. Colaborativamente y ansiosos por competir todos los países intervinientes arriban un día a un lugar elegido para el gran espectáculo.

Sudáfrica fue el lugar elegido para que el 11 de junio de 2010 se diera comienzo a un mes de palpitaciones, de risas, de sustos, de gritos, de triunfos y de derrotas. Y la fiesta se inició con un estadio cubierto con banderas de todos los colores, con himnos, y con la participación de bailarines y cantantes de diferentes razas que unidas dieron lo mejor de sí. Pero por sobre todo se inició con la más grande de las esperanzas: la de salir campeón.


 

 

 

Cada país presentó su “selección” y para cada una de ellas los jugadores fueron elegidos en base a una trayectoria destacada. Los equipos constituidos como “selección” sólo juegan con una consigna: defender una camiseta símbolo de una nación y dentro de cada selección los jugadores demostrarán diferentes capacidades, diferentes estrategias, diferentes orígenes, y de algún modo, competirán; sin embargo, y más allá de los objetivos personales, todos jugarán con un fin común, porque esa es la regla del juego, esa es la regla de jugar en equipo. Jugar en equipo significa participar, colaborar para que la fiesta total pueda llevarse a cabo, y también significa competir, lograr ese sueño gestado durante cuatro años de volver a casa con la copa en alto.