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La característica más reconocida de nuestro territorio, íntimamente vinculada a su extensión y variedad geográfica, es la calidad de sus tierras y la aptitud para todo tipo de cultivos. La zona cordillerana central, desde Catamarca hasta
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Mendoza, pese a sus condiciones ecológicas tan particulares, con vientos que erosionan las tierras y poca agua de riego, se convirtió por ejemplo, en la zona por excelencia para el cultivo del olivo y el desarrollo de industrias de sus productos derivados. Los primeros olivos cultivados en nuestro país datan del año 1500, año en que fueron introducidos por los españoles en La Rioja. Según una leyenda de la zona de Aimogasta, hacia el año 1780 el Rey Carlos III ordenó la tala total de los olivos temiendo que la prosperidad del lugar superara la de España, primera productora mundial. Sin embargo, un ejemplar se salvó de la tala, se adaptó a un suelo seco y árido y dio lugar con el tiempo a la Variedad Arauco, reconocida por sus características y sabor y hoy ya identificada con DOC (Denominación de Origen Controlada). La Variedad Arauco es un eco-tipo de la zona, es decir un tipo de olivo que requiere del suelo y el clima de la región. La corriente inmigratoria de fines del siglo XIX aumentó la demanda de productos derivados del olivo, particularmente la aceituna de mesa, pero ante una producción interna todavía escasa comenzó a importarse de Europa la cantidad necesaria para el abastecimiento interno. Fue la Guerra Civil Española la que determinó en la |
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