Se trata de una lectura de las diversas dimensiones del bienestar articulado en 130 indicadores de 12 puntos, que van desde la salud al trabajo y la conciliación de los tiempos de vida, desde el bienestar económico a las relaciones sociales, la seguridad, el bienestar subjetivo, a la política y las instituciones públicas, del ambiente a la innovación, la investigación y creatividad, a la instrucción y formación, a la calidad de los servicios, al paisaje y patrimonio cultural.

Con la edición 2018 vienen incluidos por primera vez los resultados de una investigación sobre las familias, acerca de la importancia atribuida a los puntos simples para definir el bienestar individual.

En conjunto, todos esos puntos fueron considerados significativos con un puntaje de un mínimo de 7,4 (política e instituciones públicas) a un máximo de 9,6 (salud). Entre ellos sin embargo, hubo diferencias entre las generaciones y los niveles de instrucción.

“Los jóvenes de entre 18 y 29 años atribuyen mayor importancia a las relaciones sociales, a la capacidad de investigación e innovación, así como también al bienestar entendido como satisfacción de la propia vida. Las personas de 65 años y más, en cambio, son más sensibles a la seguridad personal”, señala el ISTAT. Al mismo tiempo, quienes tienen alguna graduación tienen una sensibilidad más elevada referida a los temas de innovación y paisaje, pero también al trabajo y a la política. Los niveles de instrucción más bajos son en cambio, más sensibles a la seguridad personal.